La URSS desapareció hace 30 años, pero su heredero, Rusia, aún no supera el trauma de la pérdida del imperio comunista y ahora parece decidida a revisar los resultados de una desintegración que dejó numerosas heridas sin cicatrizar.
“La URSS era un sistema único. Teníamos que haberlo salvado. Era un gran Estado con un poderoso ejército, una administración gigantesca y una potente economía”, dice Ruslán Jasbulátov, expresidente del Sóviet Supremo o Parlamento ruso.
El primer presidente democrático de la historia de Rusia, Boris Yeltsin, fue uno de los firmantes del acuerdo que disolvió la URSS el 8 de diciembre de 1991, pero su sucesor, Vladímir Putin, nunca ha escondido su pesar por lo que considera “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.
Desde su llegada al poder, Putin ha reconocido que su objetivo vital es devolver el orgullo a su pueblo y la grandeza a su país, que perdió hace tres décadas muchos territorios conquistados a sangre y fuego por los zares durante varios siglos.
La pérdida de Asia Central, las tres repúblicas bálticas o el Cáucaso sur fue dolorosa, pero lo que nunca ha podido digerir Moscú fue la independencia de Ucrania y su acercamiento a Occidente.
“Somos el mismo pueblo”, insiste Putin cada vez que tiene ocasión.
Harto de que Occidente ignorara su argumentos, ha dado en los últimos años pasos para revisar las fronteras delimitadas tras la desintegración soviética.
Primero les llegó el turno a las regiones georgianas de Abjasia y Osetia del Sur, después a la península ucraniana de Crimea y, seguidamente, a las regiones prorrusas de Donetsk y Lugansk en el Donbás en Ucrania. En el caso de la eslava Bielorrusia, el proceso de integración ya está en marcha.
“Existe el temor de que Putin busque revivir la Unión Soviética. Y quién sabe si su apetito se satisfará con lo que engulla o si decidirá seguir adelante”, dijo Victoria Nuland, subsecretaria de Estado de Estados Unidos para Asuntos Políticos, durante una audiencia del Senado.
El vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, salió ayer raudo a responder: “Revivir la Unión Soviética es imposible”.
Jasbulátov considera que casi todo lo que ocurre actualmente en el mundo es “consecuencia directa” de la caída de la URSS, en especial las tensiones entre Rusia y Ucrania.
“Durante la Guerra Fría dos grandes potencias dominaban el mundo. La caída de la URSS rompió ese balance. Estados Unidos ya demostró que no es capaz de gobernar solo”, dice.
En su opinión, el último dirigente soviético, Mijail Gorbachov, es responsable directo, aunque no el único, de la desintegración del imperio, ya que debilitó al Estado con decisiones como la progresiva marginación del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).
“Incluso después del golpe y de la firma del acuerdo en Bielovézhskaya Puscha podía haber emitido un decreto sobre la ilegalidad del documento y movilizar al pueblo, pero ya no era un líder. No es que temiera una guerra civil, sino que era un cobarde”, apunta.
Jasbulátov recuerda que Yeltsin le envió “astutamente” a Seúl en un viaje de trabajo para poder darle la última puntilla al Estado.
“Conspiraron contra el Estado. Son unos traidores. Fue un golpe de Estado. La diferencia con el de agosto de 1991 es que fue un éxito. A los golpes exitosos los historiadores les llaman revoluciones”, señala.
Jasbulátov asegura que si hubiera estado en Moscú, habría convocado el Sóviet Supremo, habría destituido a Yeltsin y a sus asesores, e instruido a la Fiscalía para que les detuvieran.
“Les hubiera dicho a la cara que son unos locos. La traición les habría salido muy cara”, señala.
Aunque Gorbachov “era claramente un rehén de Yeltsin”, aún cree que se podía haber creado una “confederación” integrada por doce repúblicas soviéticas —descartando las tres bálticas— con “un centro muy fuerte que controlara el Ejército, el armamento nuclear y la política exterior”.
“Los países del Cáucaso, Asia Central y Moldavia sólo querían autonomía económica, nada más. Aún estábamos a tiempo”, apuntó.
El divorcio civilizado concibió la Comunidad de Estados Independientes (CEI), que aún existe, aunque fue abandonada por Ucrania y Georgia.
“Después de la disolución de la URSS era muy importante no permitir la ruptura total de los lazos forjados durante muchos siglos entre nuestros pueblos”, dijo hoy Serguéi Lavrov, el ministro de Exteriores ruso.
Describió a la CEI como “una organización internacional de pleno derecho“, a la que llamó a prestar “especial atención” al incremento de la presencia militar occidental en la región.
Una de las prioridades de la diplomacia rusa son las relaciones con su patio trasero, varios de cuyos países integran la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) y la Unión Económica Eurasiática (UEE), los clones de la OTAN y la Unión Europea en el espacio postsoviético.
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